Por Larry Runner.
Conocí a Roces en algún concierto o quizás en algún Derrame. La verdad, que no recuerdo cuándo ni dónde. El caso es que la vida y la música hizo que nuestros caminos se cruzasen. Hoy se nos fue y no puedo evitar escribir estas líneas con lágrimas en los ojos.
Fue también compañero de trabajo; de esos curros que no se ven, pero en los que gente como nosotros es imprescindible. No fueron pocas jornadas compartidas en la Sala Acapulco. Cuando todo terminaba el que esto os cuenta regresaba de Gijón a Turón pasando por Langreo para dejarle a la puerta de casa. Noches en las que volvíamos agotados recordando grandes vivencias siempre con el rock y el metal presentes.
No era fotógrafo de grandes estrellas. Él prefería los escenarios cercanos, los pequeños, e inmortalizar a los de casa, a los que empiezan. Siempre se mostró orgulloso de los suyos, de grupos como Escuela de Odio o Stukas. Sacaba pecho cuando hablaba de ellos. Por Avalanch sentía verdadero amor.
Colaboró con Diario de un Metalhead en alguna ocasión. Sólo era pedir y si estaba en su mano, encantado de ayudar. Ni un mal gesto. Jamás.
Ahora se va y deja un hueco difícil de cubrir en el foso de los conciertos y en el corazón de la escena asturiana. Si de verdad hay cielo, le darán un pase ALL AREAS, aunque seguro no necesite acreditación.
Descanse en Paz.
N.de R. La foto es de Marina, hija de nuestros compañeros Julia y Jorge. Se la hizo el pasado domingo en Luarca y probablemente sea la última que le hizo nadie. Ni la mascarilla puede ocultar su eterna sonrisa.
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