lunes, 30 de septiembre de 2024

Fanáticos de la Holy Ground.

📝 Larry Runner.

La música, al igual que muchos otros aspectos de la vida, carece de relevancia para una gran parte de la humanidad; de hecho, hay quienes viven completamente ajenos a ella.


Para otros, la música se presenta como una simple forma de entretenimiento, al mismo nivel que la lectura, la televisión o el cine, sin mayor distinción entre estilos. Hay quienes la disfrutan como meros coleccionistas, lo que importa es tener, sin importar el qué. Y luego estamos los apasionados del metal, capaces de convertir este género en una auténtica forma de vida, como es mi caso y el de muchos otros metalheads.

Pero dentro de la comunidad metalera, pordríamos decir que existen también diversos grados de pasión. De esto voy a hablar.

Algunos perciben el metal como un estilo musical más. Disfrutan de Slipknot con el mismo entusiasmo con el que pueden, al poco tiempo, disfrutar de Rosalía o de Joaquín Sabina.

Otros viven el metal a través de los festivales. Durante el año apenas frecuentan salas de conciertos, pero cuando llega el verano, no falta su asistencia al festival metalero de turno. Algunos lo hacen por pura apariencia, mientras que otros evitan la escena local, convencidos de su falta de valor. Para estos, apoyar lo local no es una prioridad, pues para ellos el metal no es una ONG. Todo enfoque es respetable.

Luego, están aquellos que hacen del metal su estilo de vida. La mayor parte de su ocio y diversión se orienta hacia conciertos, discos, camisetas y cualquier cosa relacionada con el metal. Cuando el deseo de ver a una banda se apodera de ellos, no hay distancia ni coste que los frene. Se lanzan al viaje y ya encontrarán cómo solventar los detalles. Para estas personas, más que una simple forma de vida, el metal se convierte en una religión. Abres un cajón, y lo que encuentras son únicamente camisetas negras.

Y después están los wackeneros, o wackeners como se les llama en Wacken. Ellos van más allá. No es sólo que el metal sea para ellos una religión; no basta con considerar que Wacken es un destino obligatorio, como si fuera la Meca del Metal. Para ellos, Wacken es una obsesión constante, el anhelo de regresar al festival cada año. Wacken es su forma de vida, siempre presente. El afán por portar la pulsera del festival, por estar allí, roza lo fanático. Puede que se cansen en un concierto de tres bandas, pero en Wacken son capaces de permanecer cinco días de pie, desde temprano en la mañana hasta bien entrada la madrugada. Ni el gasto, ni el frío, ni el calor, ni la lluvia o el barro les importan. Wacken lo justifica todo. Llegan a ser más que devotos; no les interesa lo que otros puedan pensar. Los verdaderos wackeners son comparables a los judíos ortodoxos del barrio de Williamsburg en Nueva York. Para ellos, el metal trasciende los límites de lo razonable. Muchos no lo lelgan a entender, ni siquiera aquellos que creen que el metal es para ellos una religión, pues ser un auténtico wackener excede cualquier noción racional.

Y sí, aquellos que pertenecemos a esta especie de secta cerrada, somos indiferentes a la opinión ajena. Porque aquello es tan especial que nada más importa. Lo que verdaderamente nos importa es que llegue el primer fin de semana de agosto y poder encontrarnos con Rocío y Paulo, que vienen desde Madrid, con Yotam y Nitsam, que viajan desde Israel, con JJ, siempre con su chupa de cuero llegado de Canadá, con Eric, que cruza el Atlántico desde Estados Unidos, con los amigos asiáticos, con los de Sudamérica …

Sí, somos algo sectarios, pero así es nuestra vida. A veces consideramos alejarnos de todo esto, pero nos resistimos, sabiendo que el vacío que quedaría nunca podrá ser llenado por nada más. Porque Wacken no es un festival más; Wacken es mucho más, y no existen palabras suficientes para describir la dicha que se experimenta en ese terreno sagrado.

Faltan 303 días para Wacken 2025.

See you in Wacken. Rain or Shine.

© Diario de un Metalhead 2024.

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