miércoles, 15 de marzo de 2017

ASHA: Dysfunctional Technocracy (2016 - Autoedición)


Por Larry Runner.

Nueva andanada directa a tu línea de flotación de el señor Kike G. Caamaño con mister Poulsen a la voz, o lo que es lo mismo: ASHA.

El maestro incansable nos entrega un nuevo álbum que contiene nueve cortes, el primero de los cuales es la habitual intro que hoy en día llevan casi todos los discos. Casi cincuenta minutos de locura progresiva, de complicados cambios de ritmo, de difíciles estructuras que en mi opinión le hacen menos accesible al gran público que su anterior “Emotional Intelligence”.

Y es que “Dysfunctional Technocracy” no da respiro, la música se retuerce una y otra vez. Cada cada estrofa llegan millones de garabatos sónicos que si no estás de darle fuertemente a este tipo de sonidos probablemente no te enganchen. Sí, hay que decirlo, no es un disco para todos los públicos. No es que “Emotional Intelligence” fuera un disco comercial ni mucho menos, pero sí que un poco más suave, o al menos eso me parecía a mí.


Los textos defendidos por la voz de Jacob A. Poulsen de forma espléndida son los que marcan que esa complejidad se frene y haya respiro que te de respiro ante el continuo enredo. No es hasta el sexto corte “Synergy Of The Dammned” cuando la música se hace más abordable, más cercana y los ecos de mi favorito “Emotional Intelligence” llegan a mi. Curiosamente, el tema es instrumental, como si Caamaño dijera: “venga, no meto voz pero te lo pongo más fácil”.

“Laws Of The Wise” se cuela sonando a rockera entre tanto progresivo, es más canción, ayudan los coros con ello, pero sin pasarse, de simple nada. La acaba liando.

“King Of Empty Words” es un largo corte de más de diecisiete minutos. Hay discos que duran menos. El comienzo me despista antes de volver a las andadas y enmarañar todo de nuevo. Nada evidente, como si quisiera sorprender con los cambios una y otra vez, lo cual hace que no encuentre una línea a seguir en ningún momento, no llegue a crear una atmósfera de disco. Parece como si Caamaño haya ido componiendo por partes y luego haya ido pegándolas. Así hasta el cierre con “Earthshine”.


En definitiva, un trabajo arduo pero en el que la demostración continua de virtuosismo hace que los cortes no tengan unión alguna en sus partes y compliquen la escucha y dificulten el que te enganches al disco. Demasiado complicado y apto sólo para un público muy reducido. Me ha recordado a aquellas obras que me mandaban aprender en el conservatorio de Béla Bartók. Nunca llegó a ser mi favorito.

Esta vez no me ha convencido, la verdad. Aunque seguro que algunos amantes del prog cuando lo escuchen les den ganas de tirarme una zapatilla a la cabeza. Pero la música son sensaciones y esas son las mías.







© Diario de un Metalhead 2017.

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