miércoles, 8 de mayo de 2019

La Caspa del Futuro.


Por Larry Runner.

Hace unos meses nuestro compañero Simón hablaba sobre los desprecios sufridos al intentar defender lo que para él es su vida: el metal extremo. Me mandó el texto y no dudé ni un instante en publicarlo. Conozco a Simón, sé con qué pasión vive la música, lo importante que es para él en su vida y era de ley extender su mensaje lo más posible.

Tanto él como yo vivimos intensamente la música que amamos, el metal, aunque sus gustos y los míos jamás coinciden. Casi me atrevería a apostar de que si sumamos su colección de discos y la mía, muy pocas referencias se repetirían. Somos buenos amigos y nos compenetramos, y cuando hablamos de música nos emocionamos porque oir hablar al otro es casi como tener un complemento perfecto.

Simón hablaba de los ataques hacia el metal extremo tras haber sido menospreciado en una discusión de facebook y evidentemente no le faltaron amigos, conocidos y gente amante del extremo que estuvieran con él a la hora de opinar sobre lo ocurrido.

Pues bien, muchos de esos que tomaron el papel de víctima en solidaridad con Simón, pasan a ser auténticos perros de presa con los que no piensan como ellos. El cordero se viste de lobo en menos que canta un gallo. Y si bien no les gusta que tilden de aburrido o de ruido al metal extremo, sí que les encanta tener palabras de desprecio para todo aquello que no lo es. Y quien dice extremo dice también metalcore o hardcore, porque con los seguidores de esos estilos también está pasando.

La ruptura entre generaciones es bestial. Hay una que pasa de los 40 de largo que es fiel a las bandas con las que crecieron. Fiel hasta el infinito. Una generación que se ha dejado a lo largo de su vida mucho dinero en discos y en conciertos, habiendo sacrificado casi por completo todos sus momentos de ocio por la música que amaba. Que hizo de ella en muchos casos una forma de vida.

Esa generación que ronda o supera incluso los 50, es una generación que chupó horas de autobús como ninguna otra en tiempos sin autopistas para ver a sus héroes cuando los conciertos solo eran en Madrid, Barcelona y San Sebastián. Una gente que gastó su escaso dinero en la compra de vinilos y de aquellas cassettes que eran igual de caras pero que hoy no son más que carne de mercadillo. Esa generación ha sido y es la más fiel que vaya a haber nunca en la historia del rock. Revistas, discográficas y promotores vivieron tiempos de gloria gracias a ellos y aún hoy en día, a pesar de haber pasado cuatro décadas, ellos y sus hijos y nietos que mamaron esa música en casa, abarrotan estadios siempre que viene alguna de sus bandas icono, o salas cuando viene alguna que no llegó a ser tan grande. Iron Maiden, Metallica, Saxon... nombres legendarios que son garantía de éxito y por los que los promotores andan a bofetadas cada vez que programan una gira.

Pues bien, a esa fiel generación que ha mantenido el metal vivo y en lo más alto durante cuatro décadas ahora se la desprecia. Se le llama casposa, pacos y no se cuantas gilipolleces más. Se la trata con una altanería y un desprecio que a veces roza la más absoluta repugnancia. Tal cual.

Una nueva generación llena de gente incapaz de mover el culo a veces para ir incluso a un concierto a la vuelta de la esquina trata con arrogancia a la que ha hecho que el metal exista a día de hoy. Es así. Jóvenes actuales que se permiten criticar con dureza y vilipendio a los mayores y además les hacen responsables de su propio fracaso. Incapaces de crear a sus propios héroes culpabilizan de su frustración a la generación anterior y no le perdonan que sus gustos sean distintos.

La generación metalera nacida en los 90 y la siguiente, la ahora llamada de los milenials está siendo incapaz de aupar a una sola banda como consiguió la anterior, la que vivió los 80 con intensidad. Ninguna banda de las dos últimas décadas es capaz de estar a la altura de las bandas de los 80 ni de los 90, pero la culpa no es de los viejos y no es ni mucho menos por falta de calidad. Porque hay bandas nacidas en este siglo que son enormes, pero los que deberían ser sus seguidores en vez de comprar sus discos e ir a sus conciertos lo que hacen en muchos casos es escuchar su música en plataformas que no aportan una mierda a los grupos, no les apoyan de verdad y a la mínima no hacen más que soltar mierda tras un teclado. Con ello la inmensa mayoría de las bandas tiran muy pronto la toalla. A este paso pronto quedará solo una escena underground que será el hazmerreir de otros géneros musicales.

La generación que etiqueta de casposos y pacos a los que hoy peinan canas es la responsable de que esto se vaya a la puta mierda. Es la generación que va a enterrar al metal. Porque cuando falten los clásicos, todo habrá acabado. No podemos esperar nada de alguien que lo ha tenido todo fácil y gratis, incapaz de darle ni siquiera a un botón de “like” o “compartir”. Demasiado esfuerzo.

Postureo de instagram y todo el concierto móvil en mano sacando fotos y grabando absurdos videos. Unos cutres y la caspa del futuro.

Evidentemente, siempre hay excepciones, afortunadamente. 

©Diario de un Metalhead 2019.

Más artículos de opinión aquí.