📷📝 Jorge López Novales.
Era el año 1998. Me fui a comprar, todo ilusionado, LaLlama Eterna, de una gente que empezaba a hacer ruido llamada Avalanch, y el Keeper of the Seven Keys II de unos tal Helloween. La verdad es que, con los Keeper, estaba construyendo la casa por el tejado en esto del power, porque ya de antes estaba flipado con unos tíos llamados Stratovarius.
Recuerdo haber escuchado a Avalanch en la radio y haber ido de cabeza a la tienda de discos. Estaba ante una banda que tenía al lado de casa y que no desentonaba (ya sé que Bunker no eran los Finnvox) con lo que escuchaba habitualmente, y había algo que te atrapaba; no sé si eran las letras o un sonido que no había visto en la escena estatal hasta ese momento. Y, en línea ascendente, llegó Llanto de un Héroe, que tuvo su continuación en El Ángel Caído; unos discos que me terminaron de enganchar.
Luego llegó un giro comercial. No lo acabaría de llamar comercial, porque lo fácil hubiera sido seguir haciendo lo mismo. Alberto decidió explorar otros terrenos que se ajustaban más a lo que quería hacer.
Mi lado true, en ese momento, no lo acabó de asimilar y tardé un tiempo en darme cuenta de que Los Poetas han muerto es un disco Maravilloso.
Han quedado discos, una banda, que son patrimonio de la cultura asturiana. Soy un firme admirador de la carrera musical de Alberto Rionda (incluso he llegado a ser su alumno).
Y aquí estamos, con una gira XXX Aniversario. Creo que esta ocasión ha sido la mejor excusa para regrabar temas; otras veces lo he visto más innecesario.
Esta noche teníamos una cita en Tribeca con unos Avalanch a pelo, sin nada que precediera su concierto.
Lo primero que llamó la atención en el escenario fue una silla y una escalerilla, además de un sofá en una esquina. En los primeros minutos, Alberto Rionda entró a oscuras y se sentó en el sofá. Tuvo que ser ayudado para montar su guitarra. ¿Qué pasaba? Un ataque de vértigo.
Alberto tocó todo el concierto sentado. Y la verdad es que, en algunos momentos, no tenía buena cara; a pesar de eso, sus manos seguían como siempre. Hubo algún recorte menor en el setlist. Y me atrevo a decir que dieron un mejor concierto que la última vez que los vi en Luarca.
Avalanch ya tiene una formación plenamente asentada, con un vocalista, José Pardial, que sentó cátedra con sus interpretaciones. Hablamos siempre de las comparaciones: una de las señas más reconocibles de la banda es la voz. Alberto ha hecho un pleno: ha conseguido un vocalista todoterreno para todas las épocas de la banda y un muy buen frontman.
Ramón Lage no pudo acudir esta noche, como sí había hecho en otras fechas de la gira; está enfermo. Quedaría feo decir que no lo echamos de menos; habría sido un aliciente más, pero su ausencia no restó nada al show. Fue recordado antes de “Lucero” y al final.
¿Qué pudimos ver? Clásicos. Lo que se espera de Avalanch. Los temas que has escuchado mil veces, con un pequeño giro que los convertía en una primera vez.
Para comenzar, y tras una intro, se reivindica este nuevo presente de la banda con “Horizonte eterno” y “El dilema de los dioses”. Saltó a “Lilith” en el tercer corte y, ya de primeras, te encuentras “Delirios de grandeza” seguido de “Xana”. Si con eso ya no te meten de lleno en el concierto…
Se dio voz a un infravalorado Malefic Time al darles voz en castellano. ¡Joder, cómo suena “Baal”! Tiene la potencia sacada del metalcore y una exigencia terrible.
Era una noche en la que todos los miembros de la banda tuvieron su protagonismo. No hay que olvidar la belleza que imprime Manuel Ramil con sus teclas; un solo de batería de Bjorn Mendizábal; la emotividad de “Santa Bárbara”; “Vientos del Sur”, con Pardial y Ramil ofreciendo una versión desnuda de distorsión y llena de emotividad.
Tras un frenético final con “Torquemada” llegó el alivio. Y revelaron lo cerca que habían estado de cancelar este concierto.
Tuvimos buen sonido y un gran despliegue técnico —y humano— por parte de Duque Producciones para que todo saliera perfecto.
Gracias, Duque; gracias, Fon, por las facilidades.
Toca recuperarse en familia, Alberto.
© Diario de un Metalhead 2025.










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