sábado, 23 de abril de 2022

"El ego del guitarrista". Un relato inédito de Jorge López Novales para celebrar el Día del Libro.


Con motivo de la celebración del Día del Libro, Jorge López Novales* nos regala su relato inédito "El ego del Guitarrista". Desde Diario de un Metalhead, como compañeros suyos, no podemos más que mostrarle nuestro sincero agradecimiento. Que lo disfrutéis.


La perfección es inútil si no puedes mostrarla en el escaparate del ego.

Drexel se pasó toda su vida estudiando el movimiento de los “brazos” de los robots. Era lo que alimentaba su cuenta corriente, pero su trabajo tenía un doble propósito. Quería ir más allá del simple trabajo manual que podían desarrollar en las factorías los operarios mecánicos y llevarlo al terreno de la cultura, a la música. 

Es cierto que los robots eran capaces de crear complejas composiciones musicales llenas de perfección. A pesar de todo, estaban lejos de los humanos en temas de interpretación instrumental. Faltaba alma en la música, aunque ya pocos sabían apreciarla. Drexel solía decir que una vez se escucha a un músico de verdad en un escenario nada te iba a saber igual.

El técnico había conseguido mucho dinero para sus investigaciones. Lograr robots capaces de tener una sensibilidad especial en sus manos era interesante para alejar a los operarios humanos de los procesos de creación más sensibles. Dentro de poco las factorías excluirían el factor humano.

Ahora mismo nos encontramos en uno de los muchos laboratorios parcelados que pueblan los recintos militares. Muchos científicos trabajaban y dormían aquí. En unos años, algunos de ellos, tendrían espacios más amplios y luminosos donde trabajar.

El laboratorio de Drexel estaba lleno de antiguos pósters de guitarristas. Eddie Van Halen, Malmsteen, Pablo García… músicos inmortalizados en éxtasis entregados a su instrumento. El científico soñaba por las noches con grandes conciertos del pasado. Su abuelo le había contagiado con su pasión y siempre había querido ir más allá de su colección de grabaciones.

Hoy era uno de esos desagradecidos días de trabajo, más concretamente, el último.

- Amo, ¿queda mucho? - Drexel trabajaba en una de las máquinas más avanzadas. Sustituía uno de los dedos para fortalecer los parámetros de agarre.

- Te he dicho que no bromees con eso, Andy. Me conformo con que me llames supremo creador. Espera un segundo, ahora vengo- el anciano investigador dio unos pasos antes de llevarse las manos al pecho y caer muerto.

- ¿Amo? - preguntó el robot, siendo muy consciente de lo que pasaba.

Andy se quedó mirando su mano extendida y comenzó a abrirla y cerrarla a gran velocidad. El proyecto estaba lejos de acabar, así que el robot tomó la resolución de Drexel y empezó a recrear unas manos nuevas. Se saltó todos los limitadores y usó todos los ordenadores a su alcance. En estos tiempos estaba prohibido que una mente artificial accediera a lugares ajenos a su cuerpo. Los robots se volvían locos y era una directiva que estaba enquistada en su programación.

Con una sutileza exquisita, Andy, no se distrajo y tomó sólo la información que necesitaba. En una carpeta Drexel había guardado todos los videos para la última fase de su investigación que su robot tendría que visualizar en un largo proceso de aprendizaje. La casualidad hizo que los primeros datos, y que más calaron, fueron los referentes a un guitarrista sueco llamado Yngwie Malmsteen. Antes de verse sobrepasado por la abrumadora cantidad de datos volvió a su cuerpo físico. Tras rehacer sus manos, empezó con sus brazos. Tardó tres días en conseguirlo y al cuarto desconectó sus funciones primarias.

Una semana después los militares accedieron al laboratorio de Drexel. Desmontaron todo.

Dos días más tarde el cuerpo de Andy reposaba en un punto de reciclaje militar. Los documentos de Drexel indicaban que había llegado hasta un callejón sin salida, y se descartaría todo el proyecto.

Entrar en un punto de reciclaje militar tiene sus riesgos. Se evaluaban varios niveles, los más bajos equivalían a basura corriente. 


Julius no tuvo problemas en llegar con su furgoneta diez años después, a uno de los puntos menos vigilados. Buscaba mercancía que reparar y revender. El joven tenía una larga melena rizada, a lo que había que sumar barba y unas gafas. Entre sus aptitudes estaba un elevado nivel técnico. Es decir: sabía no perder el tiempo en material inútil. Cuando vio la oxidada carcasa de Andy supo que estaba ante algo especial.

Una vez en su garaje. Comenzó a trastear con su descubrimiento. En unas horas Andy tuvo la energía para ser activado. Abrió sus ojos azulados.

- Hola- dijo el robot, saltándose todo el obligado chequeo.

- Me llamo Julius Gayo. ¿Quién eres?

- Soy Andy- respondió el aludido con cautela.

Más cautela tenía Julius en estos momentos, había puesto un dispositivo electromagnético junto a la placa de datos del robot. Ante el primer indicio de demencia lo activaría y se acabaría el problema. El joven podía estar ante una máquina corrompida especializada en aplastar cabezas.

- Bueno, Andy. ¿Qué sabes hacer?

- Puedo tocar la guitarra.

Julius estuvo tentado de atajar este ataque de locura, pero un robot no dejaba pasar la oportunidad de recalcar sus logros.

- Espera un segundo, ahora vengo.

- Siempre que oigo eso, se me muere el humano.

- ¿Qué?

- Nada, humor robot.

Al cabo de unos minutos Julius se presentó con una guitarra española.

- Aparentemente tengo mis articulaciones intactas.

Se puso a tocar una vieja pieza llamada “Black Star” con una sensibilidad que conmovió a Julius.

- Podríamos hacer un grupo. Yo toco el bajo…

Julius no llegó a acabar la proposición, Andy estrelló la guitarra en la cabeza del humano acompañado de un sonido terrible.

- No suena mal esta guitarra. ¿Bajista? Lo siento, solo trabajaría con músicos. Soy el mejor guitarrista del mundo y no me conformo con menos.

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* Jorge López Novales nace en Oviedo (Asturias) en 1977. Desde niño es un apasionado de la lectura. Amante del cómic, el rock y el heavy metal hasta extremos que rozan el fanatismo, es desde hace años redactor y fotógrafo de Diario de un Metalhead.

Coleccionista compulsivo, lleva más de veinte años guardando manuscritos de relatos y novelas, habiéndose presentado a varios premios de relato corto. Así consiguió el Primer Premio del II Concurso de Relato Corto El Tapín - Seprinsa del Ayuntamiento de Llanera y el Segundo Premio Concurso Internacional e-libro "Creciendo desde las Bases".

Ha publicado dos libros: "Superhéroes, guerreros y magos viajan en naves espaciales" y "Gotas de Paranoia, un salpicón de extravagancia y un poco de juventud". Ambos editados por Micronauta Ediciones.

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