lunes, 1 de abril de 2019

DRUNKEN BUDDHA: Drunken Buddha (2018, Autoeditado)


Por Larry Runner.

Han mamado el sonido de algunos de los más grandes de los inicios de lo que hoy en día se llama heavy metal y de lo que por entonces recibía esa misma etiqueta hasta que una nueva generación de plumillas y de gentes influenciadas por ellos dijeron que eso no lo era.

Y es que se pongan como se pongan, la música que hacen hoy en día Drunken Buddha era considerada así hace 40 años, cuando no había tanta etiqueta y tanta gilipollez. Las guitarras que Diego Riesgo nos muestra en este discazo de debut de Drunken Buddha eran eso en aquella época en la que si ibas con los pantalones arremangados te corrían a pedradas en los barrios donde se escuchaba a Deep Purple, en los obreros, porque de aquella si ibas de rockero en el conservatorio, te miraban mal, al menos en los dos por los que yo pasé.

Sí, que nadie se equivoque. Hoy en día se han abierto horizontes y se considera metal a muchas más cosas que antes no lo eran. Pues bien, lo de Drunken Buddha lo llamarán Hard Rock o como cojones quieran, pero lo que hacía Jon Lord era heavy metal y Mario Herrero recrea aquel sonido a las teclas como pocos.



Ya hemos hablado de las guitarras y de las teclas. Ellas marcan el sonido de este disco debut de los asturianos que a pesar de ser grabado contrarreloj por el poco espacio que tenían para cobrarse el premio de la grabación gracias al Oviedo Rock, cumplen con creces.

Protegidos por el buen hacer de Juan Martínez en Magoo Studio, Drunken Buddha nos transportan a otra época, sin duda mucho mejor que la actual, donde no había tantas etiquetas y donde la falta de medios era derrotada por la imaginación, la dedicación y el amor a la música.

Drunken Buddha te transportan a aquellos fantásticos años. Su disco es como el Delorean de McFly. Apoyados en una sección rítmica que suena a lo que piden estas canciones con un José Manuel y un Javier Menéndez podres de tocar como pocos en Asturias, el resto de la banda se puede recrear en demostrar virtuosismo, buen hacer y buen gusto.

Diego Riesgo juega con los sonidos de sus seis cuerdas, dándole a cada tema el sonido que parece pedir. Apoyado por un Mario Herrero cum laude en las teclas, el jovencísimo guitarrista lo goza y se luce, fantástico en las rítmicas y metiendo unos solos que entran suaves en las canciones para darles una fuerza brutal, luciéndose sin tener que aburrir y fusionando esos solos de forma natural a las canciones, nunca de forma forzada. Brillante.


A la voz un Michael Arthur Long que se parece a todos y a ninguno de los vocalistas que conozcas. Todo un frontman de los de antes que cumple con creces y que con lo que lleva detrás tocando no hace más que despertar en mí una sana envidia. Cuando lo oigo desearía estar en su pellejo para cantar los hits de este disco, pues está lleno de ellos. Canciones como “Monster”, como “Medicine Man”, “Strangers & Fools” o la inicial “Can’t Hold Your Gaze” me vuelven loco. Riffs como el de “Jester Song” o “Coming Home” son de lo más sencillo pero efectivo. Si además Blackmore, Rhoads y Slash se meten en la guitarra de Diego, pues ya es la hostia. Son ocho cortes, pero encierran más calidad que la inmensa mayoría de los discos que pasan por mis manos, y ojo, que son muchos.

Discazo y a día de hoy mi banda asturiana favorita. Ya sé que es mucho decir, pero así es. Este disco me chifla. No veo la hora de volver a disfrutarles en vivo, sobre todo porque además ahí Michael Arthur Long no tiene rival. No les pongo el tope de puntuación porque para eso tendrían que haber ellos parido este sonido y eso ya sería demasiado. Pero es un disco de los de antes. Hasta en la portada. Brutales.








© Diario de un Metalhead 2019.