domingo, 23 de abril de 2023

Comunión Musical.


Por Jorge López Novales.

Sin música estaríamos todavía más muertos. Seres inertes que viven en sus ciudadelas en el frío espacio.


Kutxi Romedor apuraba su copa de whisky justo antes de salir al escenario. Se miró a un espejo y un hombre barbudo robusto y ojeroso, de traje negro, se ajustó el sombrero. Sonrió al verse, ya que pocas veces podía verse tal y como era, y eso sólo podía hacerlo justo antes de salir a un escenario.

Bajo una luz mortecina aguardaba una silla de plástico de cuarenta años de antigüedad sobre un sucio suelo. El término escenario dejaba mucho que desear en este caso, y no se esperaba que el público fuera muy receptivo a estímulos ajenos a su deprimente entorno. Todo eso daba igual; el treintañero de ascendencia merchant hubiera dado un concierto en el mismo infierno. Cuando Pachi Barceló le propuso la gira a Kutxi, la que iba a ser la primera de muchas, que lo llevaría por ciudadelas orbital de segunda clase, y la posibilidad de tocar en la Tierra, el músico ni se lo había pensado. Otra opción sería seguir siendo toda su vida un asesor logístico. Por lo menos así, durante estas dos semanas, sus vacaciones, podía ser lo que quería.

¿No hubiera bastado con moverse los fines de semana? Sólo existía un día festivo a la semana, normalmente sábados. Y las fechas señaladas, cuatro para ser concretos, en los que sólo se trabajaba la mitad de horas.

“Ni se te ocurra decir que es de madera. Tienes que decir antes de cada concierto que es de plástico” había dicho Pachi señalando la guitarra de Kutxi.

“Mi guitarra es una herencia familiar, no pueden multarme por ser de verdad”.

“Un ecologista de la orden de la verdad puede matarte por mucho menos... También pueden robarte. Yo he estado tentado un par de veces. No sé cómo tus ancestros consiguieron colar un artículo de madera en las ciudadelas, a pesar de que hablemos de un delito prescrito”.

Pachi había tenido varias giras. Podríamos decir que había reconocido el terreno, y esta vez estaba convencido de que trabajaba con un producto único y que iba a arrasar.

El músico salió al escenario. Por fin pudo ver a su público. Podrían ser unas veinte personas que cambiaban el recinto pequeño donde trabajaban por otro. Algunos de ellos tenían las manos destrozadas, otros la espalda, otros la mente... Este era el único momento que consideraban suyo, muchos de ellos vivían solos en sus camarotes por no poder llegar al requisito mínimo para obtener un permiso familiar o uno de convivencia.

La primera reacción de los trabajadores de las factorías era siempre la misma. Ya fuera un monologuista, un poeta... Pachi había traído a un vividor, alguien ajeno al trabajo duro, a hablar de problemas que eran parte de su día a día. Es cierto que existía una élite cultural. Pero el apellido Romedor no decía nada a nadie y no podía permitirse perder el tiempo con las musas, y ni mucho menos, con las penalizaciones de baja producción.

Kutxi sabía ganarse a la gente, siempre había sido así. No todo era ser músico, cuando estaba al alcance de cualquiera los mejores reproductores de sonido que pudierais imaginar. La música en directo en fácil de recrear y todavía estaban registrados los más grandes conciertos de la historia... Así sería hasta que una nueva ola conservadora provocase una pérdida irreparable, la tercera purga de contenido, la más terrible de todas ellas.

- Hace tiempo que no soy feliz. El bueno de Pachi me ha traído a esta ciudadela por doscientos dólares y todavía no sé si me pagaran algo por cada una de vuestras consumiciones.

- Eso es una mierda, a nosotros nos pagan seiscientos al día- gritó un espontáneo.

- Pues ya veis, soy gilipollas. Pachi, tío, aprieta un poco- correspondió inmediatamente el músico.

Por fin los parroquianos se permitieron sonreír. La primera barrera había caído.

Pachi, el promotor sin pelo, se encogió de hombros, se ajustó su chaleco y se cruzó de brazos. Volvió a perder protagonismo al apartase aún más del escenario. Poco había que apretar, ya que en algunas ciudadelas era obligatorio recurrir a guardaespaldas. Este era un servicio siempre procurado por un gestor local; además, había que tener en cuenta las tasas al desplazarse de una ciudadela a otra. Un pago de obligado cumplimiento, que dejaba poco margen a la ganancia. Esta era la única formar de ahorrárselas: empezar por todas las ciudadelas inferiores y seguir por las de más rango. El tipo de movimientos que te hace estar en el punto de mira de los pacificadores.

Habrían estado encantados de acceder directamente a lugares menos peligrosos, pero se habrían estrellado con un muro burocrático.

Los dedos de Kutxi comenzaron a rasgar las cuerdas. La melodía surgió inesperada, artesanal, imperó el silencio. Era fácil tener un repertorio inédito para los oidos cuando apenas se miraba al pasado y se conformaban con deformadas versiones.

Normalmente los conciertos de un músico local pasaban por un ordenador portátil, un altavoz y edición en tiempo real. Incluso ni eso: un botón en el programa regido por una inteligencia artificial. Poca gente encontraría práctico aprender a usar un instrumento manual.

Ahora, ya no quedaban barreras... sólo sentimientos.

© Jorge López Novales 2023.



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