martes, 11 de noviembre de 2025

Miraremos los carteles de los festivales y no reconoceremos ningún nombre.


📝 Jorge López Novales.

El otro día vi a Vandenberg en la Sala Acapulco, y no me sentí especialmente conmovido. Técnicamente, no vi nada que me deslumbrara. Ojo: hablamos de un guitarrista como la copa de un pino, muy bien respaldado por su banda.


¿Qué podía ser, entonces? Barajaba varias opciones: quizá estábamos ante café para muy cafeteros (yo solo conozco los temas más típicos de Whitesnake), o tal vez eran canciones que hemos visto versionar en directo mil veces.

Más tarde, Adrián Vandenberg explicó que parte de su equipo de sonido no había llegado y tuvo que alquilar material. Eso podría justificar algunas cosas… pero, siendo sincero, creo que en el fondo me esperaba mucho más.

En mitad del concierto, me di cuenta de algo: no voy a ver a Whitesnake en directo nunca. Estaba rodeado de gente que sí había tenido esa suerte, y que podía valorar lo que veíamos en su justa medida. En ese momento pensé que, de no haber asistido esta noche, me habría arrepentido.

Adrian, con setenta y un años, sigue de gira. Yo, con casi cincuenta, necesito descanso solo de cargar la cámara.

Curiosamente, hace poco he visto algunos conciertos que merecen nombre y apellido. He visto a Marco Mendoza -tres años en Whitesnake, pero con una carrera propia-. Tiene sesenta y dos años y aún parece inagotable. Puede tocar en Wacken o en la Sala Babylon de León (sin menospreciar la sala, ya que su gran virtud es la cercanía: esa sensación que Marco sabe explotar, como si te cantara directamente a ti).

También vi a Tim “Ripper” Owens, con cincuenta y ocho, que sigue sin tener la atención que merece. Reúne músicos locales, y aun así suena como un dios.

Creo que esta será la tónica del heavy a partir de ahora. Tras la desaparición de las grandes bandas, sus músicos seguirán en la carretera mientras puedan, o revisitarán sus épocas doradas. Cada visita será una oportunidad única. Más tarde, lo inevitable: se asentará el formato de bandas de versiones para las giras de salas -al menos en el plano internacional-.

Y es lógico: ahora mismo, eso es lo que quiere la gente. Estas revisitaciones, que algunos llaman karaokes, son la forma de mantener viva la llama.

Hoy toca aprovechar lo que se pueda. Dentro de un tiempo -si la salud nos acompaña- recordaremos esta época como los años en que los dioses de la música aún caminaban entre los mortales. Y miraremos los carteles de los festivales y ya no reconoceremos ningún nombre.

P. D. Dicen que hoy ver a un heavy en un instituto es tan raro como ver un lince ibérico. Pues el otro día vi a uno pelirrojo, con chaleco de parches, que no llegaba a veinte años. Estadísticamente, me pareció algo imposible.

© Diario de un Metalhead 2025.

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