miércoles, 15 de febrero de 2012

Diario de un Metalhead. Capítulo XXI: Lleva a tu hijo a clases de felicidad.

Eran otros tiempos, no existían los medios que hay hoy en día, e incluso poseer un instrumento era un lujo. Yo, de crío, como muchos otros, tuve también mi momento de soñar con ser una estrella del rock.

Para eso había que saber música y mis padres me apuntaron a una clase y de ahí al conservatorio. Pero en aquel entonces, lo único a lo que te podías dedicar era al piano o al violín. No había más instrumentos a elegir. Así que para mi dirigirme a aquellas clases no era más que una sentencia. Aunque no voy a negar que muchas veces me lo pasaba bien sobre todo con las compañeras.

A mi me interesaba la guitarra, aunque para ello tuviera que pagar el peaje de la clásica, pero la guitarra al fin y al cabo. ¿Teclado? ¿Piano? ¿Cuantos se han hecho célebres con eso? ¡Pero si desde Jon Lord no ha habido uno! ¿Y aquí en España? La peña heavy se sabe el nombre de Santi Novoa y de Manuel Ramil por ser los que teclistas actual y anterior de Warcry. Antes de esos a alguno le sonaría Iván Blanco por ser el teclista de los Avalanch de El Angel Caído. ¿Y antes? Un solar. ¡Pero si en los años 80 siempre ganaba Miguel A. Collado en todos los “rockferendums” porque era el único! ¡Y tocaba en Santa! ¡Hombre, no me joder! ¡Pero si el otro día estuvo el de Ankhara en la Acapulco con los Gansos Rosas y nadie le reconoció!

¿Quién coño iba a querer tocar el piano? ¡Yo no! ¡Yo soñaba con cuerdas de acero! Así que hasta la mayoría de edad, estuve acudiendo a las dichosas clases, aunque no fueron pocas las tardes piradas y las visitas al Mausoleu a tomar cortos de birra de la que iba hacia el conservatorio. ¡Que desastre! ¡Cuanto tiempo y dinero perdidos!
Y eso se que se me daba bien. A pesar de que mi profesora decía que para asimilarse aquellos truños de obras había que emplear un par de horas diarias frente al instrumento, yo la mayoría de los días libraba con apenas veinte minutos. Mozart estaba chupado. Chopin casi molaba. Peor lo llevaba con los autores modernos de los países del este, ¡que asco le tenía a Dvorak! Llegué a tercero de piano. Tenía aprobado el cuarto de solfeo y un sobresaliente en coral. En eso era el mejor de mi clase del conservatorio. Les daba mil vueltas a todos aquellos “bienvestidos”.

Estaba claro que aquello no iba a llegar a nada. Era el único que acudía al conservatorio con la Metal Hammer en la mano y vestido de negro. Mientras otros presumían de partituras de Clayderman y las solfeaban en una esquina, yo en la otra leía la reseña del último de Sabbat. No tenía nada en común con aquella banda de pijos.

Y así aguanté hasta que cumplí la mayoría de edad. Llegué un día a casa y le dije a mi madre que no volvía a tocar un piano nunca más. Y así fue.

Si de aquella hubiesen existido lugares como la academia AGM de Pablo García otro gallo hubiera cantado. A esta hora estaría por ahí rodando en una furgoneta, malviviendo, sin relación estable alguna, pero tocando de cojones, eso seguro. Y con mi título de rock en el bolsillo. Sin duda.

Así que enhorabuena a aquellos que acuden a clases como las que yo deseaba en mis tiempos de chaval. Y enhorabuena a AGM por su primer aniversario dando clases de felicidad. La que a mi tristemente me faltó por haber nacido en el momento equivocado. O no. Ahora ya da igual. Ya es muy tarde.


2 comentarios:

Jorge Velasco Fernandez dijo...

Aún no es tarde Larry, Mira yo me apunté con 37 años!!!!

John P. dijo...

Pues suerte que tuviste, porque yo no empecé a tocar el bajo hasta los 21 y ya me hubiera prestado tener algo de formación musical. Y suscribo el comentario de arriba, ¡para tocar un instrumento nunca es tarde!

Un saludo