miércoles, 19 de agosto de 2020

El desprecio superlativo por la cultura.


Por Simón García López.

El desánimo está cundiendo en el sector musical. Esto es ya un hecho. 

Mi entorno así lo expresa. La gente de la música con la que me encuentro y hablo así lo expresa. Yo mismo así lo siento y expreso, incluso a la hora de escribir algo relacionado con la música, de plantear problemas o ideas, materias de debate sobre este mundo, este sector, este arte. 


Ayer sin ir más lejos me encontré con el batería de una banda de sobra conocida en el panorama asturiano y nacional, y me contaba con una mezcla de rabia, frustración y pena que sin una meta, sin un objetivo, la actividad habitual de una banda se viene abajo. Es muy jodido trabajar todo el día y reunirse por la noche en el local de ensayo, haciendo muchos kilómetros, dejando de lado tu vida personal y tu descanso, para ensayar con tus compañeros de banda cuando no hay conciertos a la vista, cuando directamente no te permiten hacerlos y cuando eso se alarga meses, y llegaremos y pasaremos del año. Las dudas sobre si lo que haces merece la pena empiezan a aflorar y acaban venciendo tu ánimo. “¿Para qué coño hago esto, cuando estoy mejor en casa con mis hijos?"

Conozco técnicos de sonido y luces que llevan tiempo planteándose cambiar de profesión, si no de manera radical, sí buscar una vía de escape que signifique algún tipo de ingreso económico a unas arcas que llevan desde principio de año sin recibir un euro por trabajos realizados. Está muy bien pero no se puede sostener a un trabajador a base de ayudas públicas. Se celebra que las haya, pero llega un punto donde desde el Estado, Comunidades y Ayuntamientos, independientemente de signo y color político, se tienen que emprender políticas de revitalización de un sector que está siendo castigado como ningún otro por prohibiciones de todas clases, sobra decir a estas alturas que incomprensibles, y más viendo cómo para otras cosas se permiten “aglomeraciones” y si se incumple la ley en ellas, se hace la vista gorda con total descaro. Permitir conciertos y la música al aire libre o en lugares cerrados, con espacio y condiciones de seguridad es posible, yo mismo trabajo por suerte en uno de los pocos lugares donde se están programando teatros y conciertos, igual que es posible comerse una paella en un restaurante, tomarse unas cañas en una terraza, ir a una corrida de toros o manifestarse contra la mascarilla y el virus pidiendo a gritos ayuda para dejar de ser subnormales. Es posible y debería permitirse, no prohibirse “por si acaso”, porque si se comenten infracciones las autoridades competentes están para impedirlas y poner orden. ¿O es que acaso nos prohíben circular por las autopistas por miedo a que circulemos por encima del límite? Y por cierto, otra cosa no, pero los asistentes a conciertos y espectáculos, si una cosa hemos demostrado a lo largo de los años y seguimos haciendo es un civismo a prueba de bomba. Permítanme poner otro ejemplo sobre la manera de actuar de las autoridades: si se va a una playa, el deber del socorrista es velar por la seguridad de los bañistas, no poner una bandera roja por si acaso y sentarse en la silla, no vaya a ahogarse alguien aunque el mar esté como un plato. Poner esa bandera y sentarse, impidiendo a los bañistas entrar en el agua es una clara dejación de funciones. Vemos muchas estos días y muchas se obvian por todos, pero el que ve cómo se va a la mierda su vida por ellas, está en su casa viendo la ruina venir y bajando impotente a todos los santos del cielo y nada tiene que ver eso con los policías de balcón. Algunos se están jugando la vida misma, que corre peligro por más motivos que el virus. 

Las políticas y decisiones políticas en general están acabando con la cultura y la música. Hemos enfocado esfuerzos en este país en el turismo y sobre todo en la promoción del turismo más burdo y soez, y no en el desarrollo científico e industrial y lo que hemos conseguido es que ese pilar sea intocable, a pesar de que la mayoría de los problemas y focos donde se desarrolla el virus vengan de ahí (y no trato de demonizar al sector ni mucho menos, tan respetable como cualquier otro y que merece las mismas oportunidades que los demás, pero no nos equivoquemos, no más. Constato una realidad simplemente). De la misma manera, llevamos muchos años menospreciando el turismo cultural, la educación y los modelos educativos, al arte y los artistas. Privilegiados unos, subvencionados los otros. Mentiras repetidas hasta la saciedad que se han convertido en verdades. Como los hemos convertido en mierda, ahora podemos tratarlos como eso en lo que los hemos convertido, y la consecuencia es que la educación (ya veréis en circo cuando se abran los colegios) y la cultura, se pisotean y desmoronan ante nuestras narices, no pasa nada y al contrario que a otros sectores, ni tan siquiera se les concede la oportunidad de sobrevivir, ya no de vivir.

Es muy triste. 

Puede parecer que esto no esté relacionado con la música, con el metal, pero está, claro que lo está, relacionado de manera íntima. Desde cómo se da la asignatura en los colegios, a las oportunidades para desarrollar esa inquietud o profesión, a cómo ve la sociedad a los artistas, a cómo los trata, a cómo los abandona por prescindibles. La música es esto también, es realidad y muy cruda, porque nunca fue sólo romanticismo. Romántico es el fan. El músico, el técnico, el pipa, el promotor, del productor o el dueño de un sello son currantes puros y duros sin romanticismos. La música es política, un negocio dentro del mercado global y sus pilares son frágiles como los pétalos de rosa. 

Lo único que está pasando estos días es que estamos recogiendo los frutos de años de desprecio y menosprecio institucionalizado que han calado en la sociedad. Estamos recogiendo los frutos del desprecio. ¿A qué os sabe?

Foto: Jorge López Novales.

© Diario de un Metalhead 2020.

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