lunes, 31 de enero de 2011

Diario de un metalhead. Capítulo XI: L.A. Woman



Aún no tenía carnet de conducir. No recuerdo que año fue. El caso es que como todos los veranos en aquella época (mediados de los 90), planeábamos escaparnos en verano a Benidorm y así lo hacíamos. Eran años duros para el heavy metal. La escena angelina estaba de capa caída. Dickinson no estaba en Maiden, Halford no era el vocalista de Judas y en las revistas que nos gustaban solo aparecían tipos tristes que venían de una ciudad americana llamada Seattle que a mí solo me sonaba por un equipo mediocre de la NBA y porque Hendrix había nacido allí. Solo unos tales Pantera nos hacían sentir orgullosos de lo que éramos.


Por entonces había que viajar en bus. El desplazamiento en tren era eterno y además te dejaban en Alicante. En autocar se hacía en menos tiempo, aunque nadie te libraba de andar por tierras castellanas más de doce horas. Teníamos que tomar un Alsa en Mieres que nos dejaba en la Estación de Autobuses de Madrid. Allí, esperábamos algunas horas hasta que saliera un bus rumbo a Benidorm de la compañía Enatcar. Eso era lo más directo que había entonces y que estuviera a un precio razonable.

Partíamo de Mieres por la noche, en el último autocar de línea y llegábamos a Madrid a las cinco de la mañana, más o menos. Allí esperábamos en la estación con la maleta hasta que una o dos horas más tarde arrancaba el enlace que nos desplazaba a tierras alicantinas. Recuerdo que había que andar con mil ojos y con mucho cuidado con la maleta. Nos cruzábamos por allí con cada ejemplar... Para ir “mas seguro” de aquella, en mis años ultras, no apeaba mis Dr. Marteens de color rojo. Hasta en agosto las ponía por si acaso alguna vez había que dar una zapatada y echar a correr. Aunque la verdad, nunca tuvimos ningún problema, pero andar a aquellas horas por allí daba mal rollo.

Un verano, nos metieron en un bus aún más cutre de lo habitual. No era uno de los buses típicos de Enatcar, era una tartana de color verde, sin aire acondicionado ni nada. “Ideal” para viajar a través de La Mancha en pleno mes de julio.

Nos subimos a aquel autobús del infierno alucinando con lo que nos rodeaba. Nos sentamos en la parte delantera, cerca del conductor y lo hicimos en cuanto abrió la puerta, hartos de esperar. Cuando comenzó a subir el resto del pasaje quedamos estupefactos. No paraban de entrar ancianos, todo gente muy mayor. Nosotros éramos los únicos jóvenes.

Hasta que en una de estas sube otra pareja joven y también heavy. Cargados con un enorme radio-cassette de aquellos de doble pletina y maqueados de negro. Ella incluso con los pelos a lo angelino, una auténtica L.A. Woman digna de salir en los videos de Mötley Crüe o de los mismísimos Poison. Nos quedamos mirando los unos a los otros pero no intercambiamos palabra alguna. ¿Es que hay saludarse en estos casos? ¡Hombre! Si hiciésemos caso a los Dunedain, siendo “hermanos del metal” pues sí. Pero yo a aquellos dos no los conocía de nada, y la verdad, a primera vista, me parecieron unos notas viajando con aquel trasto como si fuesen los Public Enemy.

El caso es que por fin arrancó aquella “Guagua” del Pleistoceno y a la salida de Madrid, luciendo ya un sol de justicia, a el chófer, un señor muy mayor a juego con el pasaje, le da por poner una cinta de sevillanas a todo volumen. ¡Lo que nos faltaba! Sevillanas a todo trapo, y las viejas que se ponen a dar palmas. Aquella canción de los Nikis de “no vuelvo a ir a Benidorm” se cumplía al cien por cien en aquel viaje. Cuando la música paraba era peor. Imaginaos rodeados de casi medio centenar de viejas y viejos cantando aquello de “para ser conductor de primera, acelera, acelera” con esa voz que ponen las señoras mayores cuando van a la Iglesia. ¡Para morirse!

De pronto oímos algo conocido. Una música. Pero música de verdad, de la que a nosotros nos gustaba. Venía de la parte de atrás, de la última fila. Sí, era música conocida. Y sonaba a toda hostia. El “hermano del metal” de la última fila había encendido su radio-cassette “modelo negrata neoyorkino” y tenía a Skid Row a todo trapo. Era su forma de combatir la pesadilla sonora que nos rodeaba. Una pena no habernos sentado con ellos.

Por fin llegamos a Benidorm, a nuestro segundo hogar. Una ciudad a la que llevo y llevaré siempre en mi corazón por los buenos ratos que siempre he pasado allí. Nada más llegar había que confirmar el billete del bus de vuelta. Así que nos pusimos a la cola de la taquilla correspondiente. Entonces llegó la pareja de melenudos a preguntarnos que si aquella era la cola de confirmación, les respondimos y se colocaron detrás. Cruzamos algunas palabras, ellos iban para unos días y nosotros íbamos a estar más tiempo que ellos. Confirmamos los billetes y nos despedimos.

Días más tarde, paseando por el centro de Benidorm, nos encontramos a la pareja. Nos saludamos y les preguntamos que tal lo estaban pasando. Se estaban aburriendo como ostras en aquella ciudad y se arrepentían de haber ido. No habían encontrado ningún garito “decente” y por las noches se quedaban en el hotel a tomar una birra viendo a la orquesta de turno. Pero esa noche estaban de suerte, nos habían encontrado a mi chica y a mí y la cosa iba a cambiar. Les llevamos al Baby’s, un gran bar metalero que estaba en plena zona guiri, en la misma calle de locales míticos británicos como el Loch Ness. También hubo tiempo para ir al Abraxas. Lo pasamos bien hablando de todo un poco, sobre todo de música e incluso nos hicimos fotos. Fue una pena no habernos conocido antes, pues solo disfrutamos de aquella noche y la siguiente. A los dos días ellos ya se fueron.

Pero el contacto no se perdió. De aquella yo cada poco iba a Madrid por razones de trabajo, y cada vez que pasaba por la capital caían algunas cervezas a costa de perder horas de sueño. Recuerdo que me llevaban a un bar heavy de Alcobendas, aunque no recuerdo el nombre de aquel garito de paredes negras donde escuchábamos los clásicos de aquí y allá. Rainbow y Banzai son nombres que me recuerdan aquel bar. Subieron a Asturias un par de veces y nosotros también bajamos a Madrid para verlos y visitar la fantástica Sala Sukursal. Desgraciadamente a día de hoy “la Sukur” ya no existe, como tampoco existen ni el Babys ni el Abraxas de Benidorm.

Con Mikael Fassberg de los suecos AK-47,
banda de Paul Dianno.
Guadalajara 2006

Ellos rompieron años mas tarde y a él le acabamos perdiendo la pista, pero con ella siempre estuvimos en contacto. Contacto y amistad que gracias al invento de internet se fue haciendo más de continuo, pero siempre con ella. Primero con el correo, luego el myspace...

Hemos coincidido con ella en el Lorcarock. Disfrutado juntos en Guadalajara del mejor concierto de mi vida, el de Paul Dianno. También lo pasamos en grande en Xixón en aquel primer Gijón Metal Fest con In Extremo. Ha estado en nuestra casa y nosotros hemos visitado la casa de sus gatos, a los que adora y que le dejan una cama libre en su casa a cambio de que les pague la hipoteca. Ya se sabe que cuando uno vive con un gato, el gato es el que manda. Así que imaginaos vivir con tres.

Con la aparición de facebook volvimos a contactar con él. A día de hoy es padre de familia y tiene el pelo corto, pero sé de buena tinta que en su camión suena lo mismo que sonaba en aquel “loro” enorme que llevaba el día que nos conocimos.

A ella la vemos de vez en cuando. Los festivales suelen ser momentos entrañables para volver a vernos, tomar algo juntos y darnos unos abrazos. Ha estado en Asturias más de una vez y nosotros también hemos estado en su Guadalajara donde vive ahora. Tras todos estos años han pasado muchas cosas por nuestras vidas, pero la amistad sigue ahí. Cuando la conocimos era una jovenzuela y ahora, aunque todo el día se queja, en su currículum tiene entre otras muchas cosas haber sido subcampeona de España de Fitness. A él no le hemos vuelto a ver salvo en el facebook, aunque después de aquella ruptura sí estuvo en Asturias cuando nuestra casa estaba empezando a ser amueblada.

Preparándose para "la guerra" en Turón

A pesar de la distancia, la amistad perdura. Ella sabe donde nos tiene y nosotros a ella también. Gracias a la música se fraguó esa amistad. Cada vez que escucho a Skid Row me acuerdo de aquel autobús verde.

“Unidos por el metal” que dirían Dunedain y Zenobia.

© Larry Runner 2011.